Tyrese Rice, la bestia negra del Madrid: «Mi carrera cambió gracias a un partido contra ellos»
Su cinta blanca es un aderezo, un homenaje y una reivindicación. Con siete años, se quedó prendado ante el televisor. Acababa de ver en el parqué a Nick van Exel, su jugador favorito, con ese complemento en su afeitada cabeza. Se encendió una bombilla mental: decidió que sería como él. Con esa banda en su testa y sus jugadas en las manos. Así ha sido desde entonces, y así continuará siendo. Aunque sea «algo muy de los 90».
Tyrese Rice (Richmond, Virginia, 1987) era un crío que idolatraba a aquel base. Hoy es un adulto que trata de emular sus espectaculares acciones en el Barcelona. Pero con una máxima desde que era un muchacho que encestaba en cualquier lado: «Si no disfrutas y te lo pasas realmente bien jugando, no puedes tener éxito». Es su primer mandamiento. Y no hay forma humana o inhumana de saltárselo. De ese modo, se ha convertido en uno de los máximos anotadores de la Euroliga (20 puntos por partido). «Puedes tener todo el talento del mundo, pero si no te lo pasas bien, no puedes tener éxito», insiste Rice, en conversación con EL MUNDO. «De niño era fan de los Lakers. Empecé a verlos por Nick van Exel, después también me gustaron Kenny Anderson, Dan Starmak… Todos los zurdos. Mientras crecía, también me convertí en fan de Kobe Bryant de tanto ver a los Lakers… De ahí es de donde saco mi juego, básicamente».
De calidad impecable, pronto entendió que los sueños no florecen mientras se duerme. Que hay que plantarlos mientras se vive. A pesar de ser un prometedor base nacido en una familia de gran arraigo baloncestístico, la desilusión le asaltó: formado en el Boston College, no fue escogido en el draft de 2009 y emigró a Europa. Desterrado de la NBA, tendría que ser como Van Exel o Bryant, pero bien lejos de su liga favorita.
Aprender en Europa
Una desgracia que, con los años, se convirtió en una bendición. «Europa ha significado mucho para mi carrera. Creo que he aprendido más jugando en Europa que lo que aprendí jugando en Estados Unidos al principio. He aprendido a tener éxito, a estar en la pista con el equipo, a entender que necesitas de todo el mundo para ser lo que quieres ser. Además, mi mentalidad se ha abierto: he disfrutado de diferentes culturas, lugares y personas: rusos, israelíes, alemanes, griegos, lituanos y, ahora, españoles. Abres tu mente», confiesa tras formar parte, en siete años, de siete clubes (Panionios, Artland Dragons, Lietuvos, Bayern de Múnich, Maccabi, Khimki y Barcelona).
Trotamundos con su cinta blanca y sus incontables tatuajes en el hatillo, no encontró la paz hasta el 18 de mayo de 2014. Esa noche, anotó 21 de sus 26 puntos en el tramo crucial por la Final Four ante el Madrid. Una leyenda negra contra la mitología blanca, reeditada luego con distintos colores. Una auténtica pesadilla mientras él cumplía sueños despierto. «Mi carrera cambió desde ese día, gracias al partido ante el Madrid. He conocido nuevos lugares y personas, la gente me reconoce por mi trabajo, he aprovechado mi momento», rememora, cinco años deambulando de un lado a otro. Ahora bien, pronto apostilla: «¡Soy el mismo! He tenido la opción de demostrar quién soy en un gran escenario, y mucha gente lo vio. Quizá me volví algo mejor, aprendí de los partidos, ajusté cosas, pero creo que eso es algo que viene con la madurez. He marcado las diferencias, pero sigo siendo el mismo y continúo aprendiendo».
Cuando a Rice, de verbo fluido y cálido, se le recuerda que muchos aficionados del Barça celebraron esa victoria del Maccabi, se le enciende la risa tímida. «Entiendo esa felicidad», dice con el escudo azulgrana en su pecho y en su cabeza, con una gorra que se quita para posar al fotógrafo. «El Barça es uno de los históricos en Europa junto al Madrid y el CSKA. Es el lugar más elevado donde se puede estar», destaca antes de reencontrarse (viernes, 21.00 h.) en la Euroliga ante los blancos, con su cinta de dicho color, tras ganar aquella final, anotar 30 puntos en la Supercopa de España y liderar una victoria inimaginable por las lesiones hace ocho días en la Liga.
Sin un día libre
«No quieres encontrarte con el Madrid en una final, pero puedo entender totalmente cómo se sintieron. Esos tipos son realmente competitivos, duros y buenos en lo que hacen. Al final, sólo disfruté», asegura. Porque, como indica, «jugar contra los mejores eleva tu nivel». «Te hace mejorar y concentrarte más que en un partido normal. En realidad, es un encuentro más, pero no lo es. Juegas contra uno de los mejores de Europa», explica, mientras reconoce que hay pequeños detalles que le ayudan a ser mejor. Por ejemplo, esa cocinera que le prepara en su hogar barcelonés «la comida y la cena, realizando un gran trabajo nutricional», o esas sesiones de entrenamiento añadidas que provocan «que no tenga un día libre».
Todo son sonrisas para Rice. Sólo en una ocasión se pone serio: cuando se lamenta por la victoria presidencial de Donald Trump. «Prefiero no hablar. Es una situación delicada y tenemos que hacernos a la idea, para ver cómo pasamos por ello. No hay mucho más que decir», cuenta. Más cercano se muestra cuando habla de la recuperación de su íntimo amigo y compañero en el Palau Blaugrana, Petteri Koponen. Después de que el finlandés sufriera un accidente de tráfico mientras iba en un taxi, el base lució sus iniciales en las zapatillas como homenaje. «Tuve miedo de que no pudiera volver a jugar, de no verle de regreso otra vez, de que no pudiera divertirse de nuevo… Pudo haber sido peor de lo que fue y él intenta estar lo mejor posible», sentencia, alegre por el final feliz.
Así es Rice. El hombre que no descarta mostrar un día en la NBA esa cinta que le copió como dedicatoria a su idolatrado Van Exel. De momento, se centra en el Barça, donde para motivarse antes de los partidos, se inspira en la canción Still got love for you, de Jay Z. Allí donde se escucha: «Yo era un niño con un rompecabezas, intentando poner juntas las piezas sueltas».
Fuente.ElMundo